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USO EXCESIVO

Definición de uso excesivo

FRECUENCIA

Frecuencia del uso excesivo

CONSECUENCIAS

Consecuencias del uso excesivo

BRECHA DE GÉNERO

Impacto de la brecha de género


Uso excesivo (sobrediagnóstico y sobretratamiento)

El uso excesivo (sobrediagnóstico y sobretratamiento) es una de las causas de la falta de atención de calidad en todos los sistemas de salud y en todos los países.[1] Se refiere a la prestación de servicios de salud en circunstancias en las que el riesgo potencial de dañar al paciente supera los beneficios potenciales.[2] Representa un riesgo para la seguridad del paciente [3] y la sostenibilidad de los sistemas de salud. [4-5] El uso excesivo ocurre cuando las pruebas y los tratamientos utilizados son beneficiosos para el paciente apropiado, pero inútiles para el paciente que no los necesita. También sucede cuando se aplican intervenciones ineficaces o incluso dañinas a los pacientes.

Aunque conceptualmente no hay duda de lo que es el uso excesivo, estas prácticas de bajo valor no siempre pueden identificarse fácilmente.
En España, en abril de 2013, el Ministerio de Sanidad aprobó, a propuesta de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), el denominado “Compromiso por la Calidad de las Sociedades Científicas de España” para reducir la sobreutilización. La Subdirección General de Calidad y Cohesión del Ministerio, el Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud (con la participación del equipo de GuíaSalud), y la SEMI son los encargados de coordinar esta iniciativa, que se enmarca dentro de las actividades de la Red Española de Evaluación de Tecnologías y Servicios Organismos del Sistema Nacional de Salud.[10] El repositorio de estas recomendaciones de “No hacer” está alojado en la web del Ministerio de Sanidad (https://www.mscbs.gob.es/organizacion/sns/planCalidadSNS/cal_sscc.htm). Actualmente cuenta con 190 recomendaciones dirigidas a profesionales, pacientes, instituciones y autoridades sanitarias. Además de esta iniciativa, algunas comunidades autonómicas también se han sumado a la iniciativa.



Frecuencia del sobrediagnóstico

El volumen de pacientes sometidos a prácticas de bajo valor varía, según el tipo de práctica y el país, entre 1 y 80%.[1] El uso de medicamentos potencialmente inadecuados podría llegar hasta el 57,6 %[11] en algunos estudios. En España, la polifarmacia ha pasado del 2,5% (2005) al 8,9% (2015). En términos absolutos, la polimedicación ha aumentado más entre las mujeres (del 2,7 % al 9,5 %) que entre los hombres (del 2,3 % al 8,5 %).[12]
En atención primaria en España, el estudio SOBRINA [13] ha demostrado que entre 2018 y 2019, el 55,1% de los pacientes recibieron al menos una indicación clasificada como “No hacer” respecto a benzodiazepinas, AINE, hipolipemiantes, antibióticos, paracetamol, e ibuprofeno. El porcentaje de historias clínicas con más de un “No hacer” fue del 18,5% en mayores de 29 años. Las mujeres recibieron un mayor número de prescripciones que ignoraron las recomendaciones de “No hacer” (tasa ajustada por frecuencia 49,4%) que los hombres (tasa ajustada por frecuencia 41,8%) (p<0,0001).



Consecuencias del sobrediagnóstico

En términos de costos, en EE. UU., donde el 18% del producto interno bruto se gasta en el sector de la salud, el uso excesivo representa un costo adicional anual que, según las estimaciones más optimistas[5], oscila entre $75,7 y $101,2 mil millones, mientras que otros los estudios sitúan la cifra en $158-226 mil millones.[14] En España, en atención primaria, hemos calculado que el sobrecoste por ignorar las recomendaciones sobre el uso adecuado de benzodiazepinas, AINE, hipolipemiantes, paracetamol e ibuprofeno, asciende a 290 millones de euros (2,8% del gasto farmacéutico total en 2018 considerando sólo el costo de las recetas emitidas).

El uso excesivo se ha relacionado con incidentes de seguridad. En el caso de los hospitales, entre el 0,2% y el 15,0% de los pacientes ingresados ​​sufren eventos adversos por una práctica de bajo valor [15] y, en atención primaria, en nuestro estudio SOBRINA encontramos que cuando se ignoran las recomendaciones de “No hacer” , 5,1 % de los pacientes adultos sufrieron eventos adversos.[16] Las mujeres sufrieron un mayor número de eventos adversos que los hombres cuando estos “No Hacer” fueron ignorados (tasas ajustadas por frecuentación 4,9% vs 4,0%, p=0,047). Este tema ha comenzado a ser analizado y nuestro grupo está liderando los primeros estudios en atención primaria a nivel internacional.



Brecha de género

Existe evidencia que muestra que el género, como construcción social, tiene un impacto sustancial en los comportamientos de salud, el acceso y uso de los sistemas de salud y las respuestas de los sistemas de salud.[20] El sesgo de género se puede definir como un error sistemático en la construcción social de la historia de la enfermedad, de sus síntomas, que produce respuestas inequitativas a los problemas de salud por parte de los servicios de salud, así como respuestas discriminatorias entre hombres y mujeres por parte de los profesionales.[21] Este sesgo puede ocurrir en cualquier momento del proceso de atención, pero apenas existen intervenciones enfocadas a eliminarlo.[22] La presencia de desigualdades de género en la atención de la salud está asociada a la creencia de que los riesgos entre hombres y mujeres son similares, cuando en realidad no lo son, lo que lleva a que los problemas de las mujeres queden sin tratar de manera efectiva; ya la asunción de que hay diferencias en aspectos en los que son iguales y que lo que cambia es la forma en que los profesionales de la salud los afrontan. El resultado de estos sesgos ha sido no abordar las diferencias en la experiencia de la enfermedad, no asumir diferencias en la expresión de los síntomas según el género, con muchas mujeres diagnosticadas con síntomas inespecíficos y, finalmente, diferencias en la provisión de servicios de salud. Por esta razón, se ha pedido una atención de la salud centrada en la mujer.[23-24]
El hecho de que algunas enfermedades se atribuyan más a los hombres y otras a las mujeres ha generado un sesgo en el establecimiento de criterios diagnósticos, en el acceso a pruebas complementarias o tratamientos [16] que deben ser considerados en el análisis de las causas del sobreuso. Aunque existen varios enfoques teóricos para aplicar el análisis de género a la salud, los más utilizados son el Modelo de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool (2001) y el propuesto por la Red de Conocimiento de Mujeres y Equidad de Género, en un informe para la Comisión de Asuntos Sociales de la OMS. Determinantes de la Salud. El primero establece un conjunto de cuestiones a considerar al analizar las diferencias o similitudes entre mujeres y hombres. El segundo ayuda a explicar el papel del género como determinante de la salud y ayuda a identificar cómo se introducen los sesgos de género en los sistemas de salud. La propuesta del profesor Ruiz Cantero para realizar estudios epidemiológicos es otra fuente relevante.[20] En España, la Red-Caps (Red de Mujeres Profesionales de la Salud) promueve actividades de formación, investigación y divulgación científica con perspectiva de género y constituye un referente en este tipo de enfoque.

Los resultados de las comparaciones de prescripciones que ignoran las recomendaciones de «No hacer» entre mujeres y hombres se pueden clasificar en una de estas tres categorías:
– Recetas que ignoran recomendaciones similares de «No hacer» entre pacientes masculinos y femeninos (p. ej., prescripción de AINE en pacientes con presión arterial alta, insuficiencia cardíaca, enfermedad renal crónica o cirrosis hepática. Mira et al, J Patient Safety.2020 (en imprenta).
– Prescripciones que ignoran diferentes recomendaciones de «No hacer» entre pacientes masculinos y femeninos debido a factores específicos de género (por ejemplo, medicamentos con diferentes perfiles farmacocinéticos entre hombres y mujeres).
– Prescripciones que ignoran las recomendaciones de «No hacer» que son diferentes entre pacientes masculinos y femeninos y que son atribuibles a factores de género (p. ej., sobre la prescripción de ansiolíticos e hipnóticos y analgésicos – Martinez-Cengotitabengoa, et al. Rev Psiquiatr Salud Ment 2018; 11: 12-8; Chilet-Rosell et al. Gac Sanit 2013; 27: 135-42).



Referencias

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